EL VERDADERO EVANGELIO ES CLARO
El Verdadero Evangelio No Es Un Evangelio Encubierto NO. 1663
Sermón predicado el Domingo 4 de junio de 1882
por Charles Haddon Spurgeon
En el Tabernáculo Metropolitano, Newington
"Pero aun si nuestro evangelio está encubierto, entre los que se pierden está encubierto. Pues el dios de esta edad presente ha cegado el entendimiento de los incrédulos, para que no les ilumine el resplandor del evangelio de la gloria de Cristo, quien es la imagen de Dios." 2 Corintios 4: 3, 4.
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Pablo había estado hablando acerca de Moisés, de cuando se cubría su cara con un velo. Nuestro evangelio no tiene ningún velo, sino que muestra a los hijos de los hombres toda la gloria de su rostro. Oh que pudieran mirarlo fijamente, y ver en él su propia salvación y la gloria del Señor.
Observen de entrada la confianza con la que Pablo habla. Es evidente de manera categórica que no tiene la menor duda que el evangelio que él proclama es verdaderamente cierto; más aún, que es verdadero de manera tan manifiesta que si los que lo han escuchado no lo aceptan, debe ser porque el dios de este mundo ha cegado sus mentes. El acento de la convicción hace que cada palabra sea muy enfática. Él cree y está seguro y plenamente convencido que aquellos que no creen deben estar bajo la esclavitud del diablo. Este no es el estilo ordinario en que el evangelio es predicado hoy en día. Escuchamos a muchos hombres que se disculpan cortésmente por afirmar algo como cierto, pues temen que se piense de ellos que son fanáticos y de mente estrecha: tratan de demostrar cosas que son tan claras como la luz del día, y de apoyar con argumentos lo que el propio Dios ha dicho; como si el sol necesitara de velitas para ser visto, o como si Dios necesitara el apoyo del razonamiento humano. Él apóstol no asumió una posición defensiva de ninguna manera: llevó la guerra a las filas enemigas y puso sitio a los incrédulos. Traía una revelación de Dios, y cada una de sus palabras planteaba un reto a los hombres: "Esta es la palabra de Dios, tienen que creerla; porque si no lo hacen incurrirán en pecado, y probarán que están perdidos, y que están bajo la influencia del diablo."
Cuando el evangelio era predicado en ese estilo real, prevalecía con poder y aniquilaba toda oposición. Por supuesto que algunos ponían objeciones. "¿Qué va a decir este charlatán?" era una pregunta común; pero los mensajeros de la cruz ponían un alto a los que objetaban, pues simplemente seguían declarando el evangelio glorioso. Su única palabra era: "Esto viene de Dios: si creen serán salvos, si lo rechazan serán condenados." No mostraban escrúpulos al respecto, sino que hablaban como hombres que creían en su mensaje, y estaban convencidos que el mensaje dejaba a los incrédulos sin excusa alguna. Nunca alteraron su doctrina o suavizaron el castigo por rechazarlo. Como fuego en medio de la hojarasca, el evangelio consumía todo lo que estaba a su alrededor cuando se predicaba como la revelación de Dios. Hoy no se propaga con la misma velocidad porque muchos de sus maestros han adoptado, según ellos, métodos más sofisticados: tienen menos certidumbre y más indiferencia, y por lo tanto razonan y argumentan allí donde deberían proclamar y afirmar.
Algunos predicadores pasan el rastrillo sobre toda la tontería sobre lo que el hombre científico o no científico quiere comentar, y se pasan la mitad de su tiempo tratando de responder. ¿Qué sentido tiene desatar los nudos que son atados por los escépticos? Simplemente van a atar más. No le corresponde a mi mensajero discutir acerca de mi mensaje, sino entregarlo fielmente como mensaje mío, y dejar las cosas así. Si regresamos a la vieja plataforma, y hablamos con el mensaje de Dios, no habremos hablado en vano, ya que Él honrará su propia palabra.
El predicador debe hablar en nombre de Dios o mejor que se calle. Hermano mío, si el Señor no te ha enviado con un mensaje, vete a la cama, o a la escuela, o dedícate a tus cultivos; porque ¿qué importa lo que tú tienes que decir si sólo sale de ti? Si el cielo te ha dado un mensaje, proclámalo como tiene que hacerlo el que es llamado a ser la boca de Dios. Si inventamos nuestro propio evangelio en el camino, producto de nuestras cabezas, y componemos nuestra propia teología, como los boticarios preparan sus compuestos de medicinas, tenemos una tarea sin término frente a nosotros, y el fracaso nos mira a la cara. ¡Ay de la debilidad del ingenio humano y de la falacia del razonamiento de los mortales! Pero si tenemos que entregar lo que Dios declara tenemos una simple tarea, que nos llevará a grandiosos resultados, pues el Señor ha dicho: "Así será mi palabra que sale de mi boca: No volverá a mí vacía."
¿Dónde aprendió el apóstol a hablar de manera tan positiva? En el primer versículo de este capítulo nos dice: "Por esto, teniendo nosotros este ministerio según la misericordia que nos fue dada, no desmayamos." Él mismo había sido una vez un perseguidor; y había sido convencido de su error cuando se le apareció el Señor Jesús. Este fue un gran acto de misericordia. Ahora él sabía que sus pecados le habían sido perdonados; él sentía en su propio corazón que era un hombre regenerado, cambiado, limpiado, creado de nuevo y esto era para él una evidencia contundente que el evangelio era de Dios. Para él de cualquier manera el evangelio era una verdad comprobada, que no necesitaba ninguna otra demostración que el efecto maravilloso que había ejercido sobre él. Habiendo recibido él mismo la misericordia, juzgaba que otros hombres también necesitaban esa misericordia igual que él, y que el mismo evangelio que había traído luz y consuelo a su propia alma les traería la salvación también a ellos. Esto le animaba para su trabajo. Esta conciencia que tenía le impulsaba a hablar como alguien que tiene autoridad. No dudaba en lo más mínimo, pues hablaba lo que había experimentado. Ah, amigos, nosotros no solamente entregamos un mensaje que creemos que es de Dios, sino que decimos lo que ha sido probado y comprobado dentro de nuestras propias almas. Para un predicador no convertido debe ser un aprieto terrible, pues no tiene la evidencia de la verdad que proclama. Un hombre que no conoce el efecto del evangelio en su propio corazón debe soportar mucha ansiedad cuando predica el evangelio. ¿En realidad, qué sabe del evangelio si nunca ha sentido su poder? Pero si ha sido convertido por su mediación entonces tiene mucha confianza y no será perturbado por las preguntas y estratagemas de los que se le oponen. Su conciencia más íntima lo fortalece durante la predicación del mensaje. Nosotros debemos sentir también la influencia de la palabra para que podamos decir lo que conocemos, y dar testimonio de lo que hemos visto. Habiendo recibido misericordia no podemos sino hablar de esa misericordia positivamente, como una cosa que hemos probado y experimentado: y sabiendo que es Dios quien nos ha dado la misericordia, no podemos sino hablar deseando ansiosamente que otros también puedan participar de la gracia divina.
Ahora vamos a reflexionar sobre nuestro texto. Nuestra primera observación será: el evangelio es en sí mismo una gloriosa luz, pues en el versículo cuatro Pablo habla de la luz del evangelio glorioso de Cristo; en segundo lugar, este evangelio es en sí mismo comprensible y sencillo; en tercer lugar, si lo predicamos como debemos predicarlo lo mantendremos comprensible, y no lo mancharemos con sabiduría del mundo; y en cuarto lugar, si es en sí mismo una gran luz, y si es en sí mismo claro, y si la predicación es clara, entonces si los hombres no lo ven es porque están perdidos: es un signo fatal que los hombres no puedan percibir la luz del evangelio de la gloria de Jesucristo.
I. En primer lugar, pues, EL EVANGELIO ES EN SÍ MISMO UNA GLORIOSA LUZ. En innumerables lugares en el Nuevo Testamento es descrito de esa manera. Ésta es la luz que ha venido al mundo. "Porque las tinieblas van pasando y la luz verdadera ya está alumbrando." Observen que esta luz revela la gloria de Cristo. Así lo traducen claramente las nuevas versiones de la Biblia: "El resplandor del evangelio de la gloria de Cristo." Los judíos tenían una forma diferente de expresarse que los griegos, y las traducciones antiguas, teñidas de la forma judía de ver las cosas, presentaban el versículo así: "el evangelio glorioso de Cristo"; pero si se toma directamente del griego, entonces la traducción es: "el resplandor del evangelio de la gloria de Cristo." Ambas traducciones son válidas pero la segunda transmite la idea de manera plena con un sentido de frescura que es digna de tomarse en cuenta. El evangelio revela la gloria de Cristo. Nos dice que Él es el eterno Hijo del Padre, y que todas las cosas fueron hechas por medio de Él, y que todas las cosas fueron creadas para Él y que por su causa continúan existiendo. Tomadas aisladamente, estas cosas pudieran no haber sido buenas noticias para nosotros, porque siempre es bueno que la criatura esté informada acerca de su Creador; pero el evangelio va más allá y nos revela que este siempre bendito Hijo del Altísimo vino a la tierra en su infinita misericordia, tomó nuestra naturaleza, y nació en Belén, y se convirtió en un hombre verdadero así como era verdadero Dios. Esta era la primera nota del evangelio y había tanto deleite en ella que motivó a cantar a todos los ángeles en el cielo y los pastores que cuidaban los rebaños durante la noche, escucharon los villancicos de la primera Navidad que brotaban del cielo de media noche: "¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres de buena voluntad!" Que Dios se hiciera hombre sólo podía significar paz para el hombre; que el Heredero de la gloria se encarnara en su raza sólo podía significar misericordia para el culpable; que Quien ha sido ofendido asuma la naturaleza del ofensor deben ser buenas nuevas para nosotros. Así vibró con fuerza la primera música del evangelio puro que alegró el oído de la humanidad. El Señor Dios omnipotente se convirtió en Emanuel, que significa: Dios con nosotros: "Porque un niño nos es nacido, un hijo nos es dado, y el dominio estará sobre su hombro. Se llamará su nombre: Admirable." Este es el principio del evangelio de la gloria de Cristo: Él obtuvo una mayor gloria al despojarse de su divina gloria. Más aún, el evangelio nos dice que este mismo Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz, habitó aquí entre los hombres, predicando y enseñando, y haciendo milagros de misericordia sin igual; en todas partes mostrándose a sí mismo como el hermano del hombre, compasivo y tierno y manso, recibiendo aun a los más humildes del pueblo, inclinándose a los más pequeños de la raza humana. Está escrito: "Se acercaban a él todos los publicanos y pecadores para oírle"; y de nuevo tomó a los niños en sus brazos, y los bendijo, y dijo: "Dejad a los niños venir a mí y no les impidáis." Hubo una buena nueva acerca de todo lo que Él hizo, y una gloria que los hombres que son puros de corazón ven y admiran. Su vida fue una buena nueva: era algo nuevo y lleno de gozo que Dios habitara entre los hombres, y que fuera hallado en condición de hombre. El Dios que odia el pecado, y cuya ira se enciende contra la iniquidad, habitó entre los pecadores, y vio y palpó sus perversos caminos, y rogó por ellos: "Padre, perdónalos." Su gloria consistía en ser tan paciente, tan manso, tan abnegado, a la vez que era justo y verdadero. Con toda propiedad dijo Juan: "Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y contemplamos su gloria, como la gloria del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad."
Pero la campana mayor del evangelio, que suena con la más clara nota, es que este Hijo de Dios en el cumplimiento del tiempo se entregó a sí mismo por nuestros pecados, haciendo la ofrenda de toda su naturaleza humana como una propiciación por la culpa de los hombres. Aquí hay una gloria suprema de amor. Qué espectáculo era verlo en el huerto oprimido con toda nuestra carga de culpa hasta que el sudor de sangre se hizo manifiesto en Él; verlo soportando ese tremendo peso en el madero, y allí colgado en medio de agonías de muerte, aguantando el abandono de Su Padre, con todas las densas nubes de tinieblas como su consecuencia: ¡muriendo él "el justo por los injustos, para llevarnos a Dios"! Era la gloria de Cristo encontrarse allí despojado de toda la gloria. Y éste es el evangelio que predicamos, el evangelio de la sustitución, que Jesús tomó el lugar del pecador y pagó por el pecador lo que se le debía a la ley de Dios por causa de la trasgresión del hombre. Proclamen en medio de los gentiles que el Señor reina desde el madero.
Observen de entrada la confianza con la que Pablo habla. Es evidente de manera categórica que no tiene la menor duda que el evangelio que él proclama es verdaderamente cierto; más aún, que es verdadero de manera tan manifiesta que si los que lo han escuchado no lo aceptan, debe ser porque el dios de este mundo ha cegado sus mentes. El acento de la convicción hace que cada palabra sea muy enfática. Él cree y está seguro y plenamente convencido que aquellos que no creen deben estar bajo la esclavitud del diablo. Este no es el estilo ordinario en que el evangelio es predicado hoy en día. Escuchamos a muchos hombres que se disculpan cortésmente por afirmar algo como cierto, pues temen que se piense de ellos que son fanáticos y de mente estrecha: tratan de demostrar cosas que son tan claras como la luz del día, y de apoyar con argumentos lo que el propio Dios ha dicho; como si el sol necesitara de velitas para ser visto, o como si Dios necesitara el apoyo del razonamiento humano. Él apóstol no asumió una posición defensiva de ninguna manera: llevó la guerra a las filas enemigas y puso sitio a los incrédulos. Traía una revelación de Dios, y cada una de sus palabras planteaba un reto a los hombres: "Esta es la palabra de Dios, tienen que creerla; porque si no lo hacen incurrirán en pecado, y probarán que están perdidos, y que están bajo la influencia del diablo."
Cuando el evangelio era predicado en ese estilo real, prevalecía con poder y aniquilaba toda oposición. Por supuesto que algunos ponían objeciones. "¿Qué va a decir este charlatán?" era una pregunta común; pero los mensajeros de la cruz ponían un alto a los que objetaban, pues simplemente seguían declarando el evangelio glorioso. Su única palabra era: "Esto viene de Dios: si creen serán salvos, si lo rechazan serán condenados." No mostraban escrúpulos al respecto, sino que hablaban como hombres que creían en su mensaje, y estaban convencidos que el mensaje dejaba a los incrédulos sin excusa alguna. Nunca alteraron su doctrina o suavizaron el castigo por rechazarlo. Como fuego en medio de la hojarasca, el evangelio consumía todo lo que estaba a su alrededor cuando se predicaba como la revelación de Dios. Hoy no se propaga con la misma velocidad porque muchos de sus maestros han adoptado, según ellos, métodos más sofisticados: tienen menos certidumbre y más indiferencia, y por lo tanto razonan y argumentan allí donde deberían proclamar y afirmar.
Algunos predicadores pasan el rastrillo sobre toda la tontería sobre lo que el hombre científico o no científico quiere comentar, y se pasan la mitad de su tiempo tratando de responder. ¿Qué sentido tiene desatar los nudos que son atados por los escépticos? Simplemente van a atar más. No le corresponde a mi mensajero discutir acerca de mi mensaje, sino entregarlo fielmente como mensaje mío, y dejar las cosas así. Si regresamos a la vieja plataforma, y hablamos con el mensaje de Dios, no habremos hablado en vano, ya que Él honrará su propia palabra.
El predicador debe hablar en nombre de Dios o mejor que se calle. Hermano mío, si el Señor no te ha enviado con un mensaje, vete a la cama, o a la escuela, o dedícate a tus cultivos; porque ¿qué importa lo que tú tienes que decir si sólo sale de ti? Si el cielo te ha dado un mensaje, proclámalo como tiene que hacerlo el que es llamado a ser la boca de Dios. Si inventamos nuestro propio evangelio en el camino, producto de nuestras cabezas, y componemos nuestra propia teología, como los boticarios preparan sus compuestos de medicinas, tenemos una tarea sin término frente a nosotros, y el fracaso nos mira a la cara. ¡Ay de la debilidad del ingenio humano y de la falacia del razonamiento de los mortales! Pero si tenemos que entregar lo que Dios declara tenemos una simple tarea, que nos llevará a grandiosos resultados, pues el Señor ha dicho: "Así será mi palabra que sale de mi boca: No volverá a mí vacía."
¿Dónde aprendió el apóstol a hablar de manera tan positiva? En el primer versículo de este capítulo nos dice: "Por esto, teniendo nosotros este ministerio según la misericordia que nos fue dada, no desmayamos." Él mismo había sido una vez un perseguidor; y había sido convencido de su error cuando se le apareció el Señor Jesús. Este fue un gran acto de misericordia. Ahora él sabía que sus pecados le habían sido perdonados; él sentía en su propio corazón que era un hombre regenerado, cambiado, limpiado, creado de nuevo y esto era para él una evidencia contundente que el evangelio era de Dios. Para él de cualquier manera el evangelio era una verdad comprobada, que no necesitaba ninguna otra demostración que el efecto maravilloso que había ejercido sobre él. Habiendo recibido él mismo la misericordia, juzgaba que otros hombres también necesitaban esa misericordia igual que él, y que el mismo evangelio que había traído luz y consuelo a su propia alma les traería la salvación también a ellos. Esto le animaba para su trabajo. Esta conciencia que tenía le impulsaba a hablar como alguien que tiene autoridad. No dudaba en lo más mínimo, pues hablaba lo que había experimentado. Ah, amigos, nosotros no solamente entregamos un mensaje que creemos que es de Dios, sino que decimos lo que ha sido probado y comprobado dentro de nuestras propias almas. Para un predicador no convertido debe ser un aprieto terrible, pues no tiene la evidencia de la verdad que proclama. Un hombre que no conoce el efecto del evangelio en su propio corazón debe soportar mucha ansiedad cuando predica el evangelio. ¿En realidad, qué sabe del evangelio si nunca ha sentido su poder? Pero si ha sido convertido por su mediación entonces tiene mucha confianza y no será perturbado por las preguntas y estratagemas de los que se le oponen. Su conciencia más íntima lo fortalece durante la predicación del mensaje. Nosotros debemos sentir también la influencia de la palabra para que podamos decir lo que conocemos, y dar testimonio de lo que hemos visto. Habiendo recibido misericordia no podemos sino hablar de esa misericordia positivamente, como una cosa que hemos probado y experimentado: y sabiendo que es Dios quien nos ha dado la misericordia, no podemos sino hablar deseando ansiosamente que otros también puedan participar de la gracia divina.
Ahora vamos a reflexionar sobre nuestro texto. Nuestra primera observación será: el evangelio es en sí mismo una gloriosa luz, pues en el versículo cuatro Pablo habla de la luz del evangelio glorioso de Cristo; en segundo lugar, este evangelio es en sí mismo comprensible y sencillo; en tercer lugar, si lo predicamos como debemos predicarlo lo mantendremos comprensible, y no lo mancharemos con sabiduría del mundo; y en cuarto lugar, si es en sí mismo una gran luz, y si es en sí mismo claro, y si la predicación es clara, entonces si los hombres no lo ven es porque están perdidos: es un signo fatal que los hombres no puedan percibir la luz del evangelio de la gloria de Jesucristo.
I. En primer lugar, pues, EL EVANGELIO ES EN SÍ MISMO UNA GLORIOSA LUZ. En innumerables lugares en el Nuevo Testamento es descrito de esa manera. Ésta es la luz que ha venido al mundo. "Porque las tinieblas van pasando y la luz verdadera ya está alumbrando." Observen que esta luz revela la gloria de Cristo. Así lo traducen claramente las nuevas versiones de la Biblia: "El resplandor del evangelio de la gloria de Cristo." Los judíos tenían una forma diferente de expresarse que los griegos, y las traducciones antiguas, teñidas de la forma judía de ver las cosas, presentaban el versículo así: "el evangelio glorioso de Cristo"; pero si se toma directamente del griego, entonces la traducción es: "el resplandor del evangelio de la gloria de Cristo." Ambas traducciones son válidas pero la segunda transmite la idea de manera plena con un sentido de frescura que es digna de tomarse en cuenta. El evangelio revela la gloria de Cristo. Nos dice que Él es el eterno Hijo del Padre, y que todas las cosas fueron hechas por medio de Él, y que todas las cosas fueron creadas para Él y que por su causa continúan existiendo. Tomadas aisladamente, estas cosas pudieran no haber sido buenas noticias para nosotros, porque siempre es bueno que la criatura esté informada acerca de su Creador; pero el evangelio va más allá y nos revela que este siempre bendito Hijo del Altísimo vino a la tierra en su infinita misericordia, tomó nuestra naturaleza, y nació en Belén, y se convirtió en un hombre verdadero así como era verdadero Dios. Esta era la primera nota del evangelio y había tanto deleite en ella que motivó a cantar a todos los ángeles en el cielo y los pastores que cuidaban los rebaños durante la noche, escucharon los villancicos de la primera Navidad que brotaban del cielo de media noche: "¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres de buena voluntad!" Que Dios se hiciera hombre sólo podía significar paz para el hombre; que el Heredero de la gloria se encarnara en su raza sólo podía significar misericordia para el culpable; que Quien ha sido ofendido asuma la naturaleza del ofensor deben ser buenas nuevas para nosotros. Así vibró con fuerza la primera música del evangelio puro que alegró el oído de la humanidad. El Señor Dios omnipotente se convirtió en Emanuel, que significa: Dios con nosotros: "Porque un niño nos es nacido, un hijo nos es dado, y el dominio estará sobre su hombro. Se llamará su nombre: Admirable." Este es el principio del evangelio de la gloria de Cristo: Él obtuvo una mayor gloria al despojarse de su divina gloria. Más aún, el evangelio nos dice que este mismo Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz, habitó aquí entre los hombres, predicando y enseñando, y haciendo milagros de misericordia sin igual; en todas partes mostrándose a sí mismo como el hermano del hombre, compasivo y tierno y manso, recibiendo aun a los más humildes del pueblo, inclinándose a los más pequeños de la raza humana. Está escrito: "Se acercaban a él todos los publicanos y pecadores para oírle"; y de nuevo tomó a los niños en sus brazos, y los bendijo, y dijo: "Dejad a los niños venir a mí y no les impidáis." Hubo una buena nueva acerca de todo lo que Él hizo, y una gloria que los hombres que son puros de corazón ven y admiran. Su vida fue una buena nueva: era algo nuevo y lleno de gozo que Dios habitara entre los hombres, y que fuera hallado en condición de hombre. El Dios que odia el pecado, y cuya ira se enciende contra la iniquidad, habitó entre los pecadores, y vio y palpó sus perversos caminos, y rogó por ellos: "Padre, perdónalos." Su gloria consistía en ser tan paciente, tan manso, tan abnegado, a la vez que era justo y verdadero. Con toda propiedad dijo Juan: "Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y contemplamos su gloria, como la gloria del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad."
Pero la campana mayor del evangelio, que suena con la más clara nota, es que este Hijo de Dios en el cumplimiento del tiempo se entregó a sí mismo por nuestros pecados, haciendo la ofrenda de toda su naturaleza humana como una propiciación por la culpa de los hombres. Aquí hay una gloria suprema de amor. Qué espectáculo era verlo en el huerto oprimido con toda nuestra carga de culpa hasta que el sudor de sangre se hizo manifiesto en Él; verlo soportando ese tremendo peso en el madero, y allí colgado en medio de agonías de muerte, aguantando el abandono de Su Padre, con todas las densas nubes de tinieblas como su consecuencia: ¡muriendo él "el justo por los injustos, para llevarnos a Dios"! Era la gloria de Cristo encontrarse allí despojado de toda la gloria. Y éste es el evangelio que predicamos, el evangelio de la sustitución, que Jesús tomó el lugar del pecador y pagó por el pecador lo que se le debía a la ley de Dios por causa de la trasgresión del hombre. Proclamen en medio de los gentiles que el Señor reina desde el madero.
"¡Despliega la bandera! Déjala que ondee
Hacia el cielo y hacia el mar, en lo alto y a lo ancho;
Nuestra gloria sólo en la cruz,
Nuestra esperanza, el Crucificado."
Hacia el cielo y hacia el mar, en lo alto y a lo ancho;
Nuestra gloria sólo en la cruz,
Nuestra esperanza, el Crucificado."
El hombre no podría recibir nuevas de mayor gozo que las que le avisan que el Dios encarnado ha cargado con los pecados del hombre y ha muerto en su lugar. Sin embargo hay otra nota, porque Él, que murió y fue enterrado, ha resucitado de los muertos, y ha llevado nuestra naturaleza arriba, a la gloria, y con ella se viste a la diestra del Padre. Su amante corazón todavía está ocupado en la misma actividad que lo trajo aquí abajo; por medio de su intercesión Él está salvando a los pecadores que compró con su sangre. Él puede salvar completamente a los que vienen a Dios por medio de Él puesto que Él vive para siempre para interceder por ellos. Este es el evangelio de la gloria de Cristo. Es la gloria de nuestro Señor ser el mediador entre el hombre y Dios, intercediendo por los injustos, usando como su argumento contundente la sangre que Él ha derramado.
Pero no debo hacer de lado el hecho de que Quien ahora intercede por los pecadores en la gloria vendrá pronto otra vez para juntar a los suyos en Él, para llenarlos de la plenitud de su gloria, y para llevarlos para estar con Él, arriba donde Él se encuentra. Hay una asombrosa luz en el evangelio, tanto para el futuro como para el presente. Nos revela la gloria de Cristo, la gloria del amor, la gloria de la misericordia, la gloria de una sangre que puede hacer blanco lo que es más negro, la gloria de una intercesión que puede hacer aceptable la oración más pobre, la gloria de un Salvador que ha triunfado y que vive, quien habiendo puesto su mano en la obra no fallará ni se desanimará hasta que todos los propósitos del amor infinito hayan sido alcanzados por Él. Este es: "el evangelio de la gloria de Cristo," y su luz es muy clara y brillante.
Ahora se nos muestra una segunda verdad: el evangelio es una luz que revela a Dios mismo, pues de conformidad a nuestro texto el Señor Jesús es la imagen de Dios. ¿No dijo Jesús: "El que me ha visto, ha visto al Padre"? Pues, primero que nada, nuestro Señor Jesús es la imagen de Dios en este sentido, que es esencialmente uno con Dios. Él es "el resplandor de su gloria y la expresión exacta de su naturaleza." Él es: "Dios verdadero de Dios verdadero," como lo establece el credo, y yo no sé cómo expresar mejor esa idea. Nuestro Señor mismo dijo: "Yo y el Padre uno somos." Pero el texto contiene algo más que eso. Cristo es la imagen de Dios en el sentido que nos muestra lo que Dios es. Si conocen el carácter de Jesús, conocen el carácter de Dios. Dios mismo es invisible, y no puede ser visto por el ojo de ningún mortal, ni puede ser comprendido por una mente finita. De hecho, no puede ser conocido verdaderamente de ninguna manera, excepto por la enseñanza del Espíritu Santo. Pero todo lo que puede conocerse de Dios está claramente escrito con letras mayúsculas en la persona de Jesús. ¿Qué más alto concepto de Dios pueden tener? Aun aquellos que han negado la divinidad de nuestro Señor lo han admirado por su carácter sin igual. Lean el relato de su vida, y traten de mejorar esa vida. ¿Pueden indicar algo que debe quedar fuera, o algo que deba ser agregado? Él es Dios, y en Él vemos a Dios en la medida que podemos discernir a ese Padre sin igual de nuestros espíritus. De tal manera que el evangelio está lleno de luz, y revela en primer lugar al Mediador y después al Señor Dios mismo.
Ahora, queridos amigos, este evangelio de la gloria de Cristo es realmente luz para nosotros, es decir, trae con él todo lo que la metáfora de la luz conlleva. Primero que nada trae iluminación. Es una iluminación del alma "que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien tú has enviado." Es luz para el entendimiento porque puede ver que el Unigénito ha revelado al Padre. El hombre busca a Dios, si de alguna manera, aun a tientas, palpase y le hallase y el gentil se tropieza aquí y allá andando a tientas en su ceguera. Posiblemente el mundo estaba más cerca de la verdad cuando lo llamó "el Dios desconocido." Cuando la sabiduría de este mundo comenzó alguna vez a definir y a describir a la Divinidad, entonces mostró su propia insensatez. "El mundo no ha conocido a Dios mediante la sabiduría," pero en la persona del Señor Jesús tenemos la verdadera representación, la imagen y representación de la Divinidad.
No se puede decir de los verdaderos cristianos: "Vosotros adoráis lo que no sabéis," porque nosotros sabemos lo que adoramos. Cada uno de nosotros puede afirmar: "porque yo sé a quien he creído." No tenemos ninguna duda acerca de quién es nuestro Dios, o lo que es. Hay un conocimiento dado a los hombres mediante el evangelio, que genera la luz del día en el entendimiento.
Pero también es luz en otro sentido, es decir, en el sentido de consuelo. Cuando un hombre ve a Dios en Jesucristo, no puede ser infeliz. ¿Estaba ese hombre cargado de pecados? Cuando ve a Jesucristo cargando al pecado en su propio cuerpo sobre el madero, y cree en Él, en ese momento es liberado de su carga. Cuando se agita bajo los cuidados y las pruebas de la vida y por medio de la fe mira a Jesús, que padeció sufrimientos infinitamente mayores, entonces es liberado del aguijón de la aflicción. ¿Le tiene miedo a la muerte? Cuando oye que Jesús dice: "Yo soy la resurrección y la vida," entonces aprenderá a desear más bien que a temer a la muerte. ¿Le preocupa el porvenir? ¿Se cierne sobre él oscuramente el terrible futuro? Cuando oye que Jesús dice: "Yo soy el que vive. Estuve muerto, y he aquí que vivo por los siglos de los siglos. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades"; nunca más tendrá miedo del mundo separado de los espíritus, del cual Cristo tiene la llave; ni temblará ante el incendio que arrasa con el mundo ni la ruina de la creación, porque se sostiene en Él que ha dicho: "Porque yo vivo, también vosotros viviréis." Nunca brilló una luz igual sobre los hijos de los hombres: esta eterna verdad no tiene rival, ni como instrucción ni como consuelo. Un arcángel no podría decirte el gozo que este "evangelio de la gloria de Cristo" ha dado a los hijos y a las hijas de la aflicción. Adonde llega libera a la mente cautiva, y quita los dolores del remordimiento. Cuando se le contempla, los ojos llenos de lágrimas son iluminados hasta que brillan de gozo. ¡Oh, el gozo inefable de que Cristo sea nuestro Salvador, y que el Dios glorioso sea nuestro Padre! Ahora damos un paso adelante y observamos que:
II. ESTE EVANGELIO ES EN SÍ MISMO MUY COMPRENSIBLE Y SENCILLO. El evangelio no contiene nada que pueda dejar perplejo a nadie a menos que quiera voluntariamente quedar perplejo. No hay nada en el evangelio que un hombre no pueda captar si desea entenderlo. Todo es muy sencillo para el hombre que somete su entendimiento a Dios. Siempre que recibo un libro cuyo contenido me cuesta mucho entender, me gustaría enviarlo de regreso a su autor, y pedirle que lo escriba de nuevo, porque estoy seguro que él mismo no está claro de su contenido. De lo contrario fácilmente podría hacerme saber lo que quiso decir. Un hombre no domina adecuadamente un tema mientras no pueda comunicar sus pensamientos sobre ese tema, de tal manera que las personas de inteligencia ordinaria puedan enterarse de lo que el autor trata. Ahora, el Señor tiene en su mente una plan de salvación claramente definido para los hombres, y lo ha expresado sin ninguna ambigüedad. A ciertos teólogos les gusta predicar un evangelio incomprensible, puesto que esto les da un aire de sabiduría ante el juicio de los necios. Algunos de los que escuchan prefieren sermones que no pueden entender. Para ellos lo difícil y lo intrincado es como la esencia y lo medular. Una vez escuché que alguien dijo que le gustaba un poco de cartílago en los sermones, o un hueso para probar la fortaleza de sus dientes. Podríamos fácilmente darles gusto a tales amigos, pero no vemos ninguna autoridad en las Escrituras para satisfacer tales gustos. Yo me esmero en quitar las semillas de la fruta antes de preparar la comida. Cuando comemos no es de ninguna manera sano que nos traguemos los huesos, pues no podríamos digerirlos y podrían causarnos una lesión interna. Las almas necesitan alimento espiritual, no más problemas ni acertijos. Así, cuando un hombre predica el evangelio de tal manera que su presentación no tiene ni pies ni cabeza, no necesitan angustiarse, porque lo que ese señor tiene que decir no amerita que se preocupen por entenderlo. Si es el propio evangelio del Señor, los que son hacedores de la voluntad del Señor pueden entenderlo; y si no pueden entenderlo, entonces no es el evangelio de la gloria de Cristo, sino un evangelio de invención humana. El verdadero evangelio es la sencillez misma.
¡Escuchen! Que Dios haya venido entre los hombres y haya tomado nuestra naturaleza es un misterio de tal magnitud que no sabemos cómo pudo ser. Bendito sea Dios, no queremos saber cómo sucedió; sólo sabemos que ocurrió, y ese hecho es suficiente para nosotros. Entendemos que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y nos gozamos en ello. Observen la doctrina de la expiación; esto también, como un hecho, es lo suficientemente sencillo. Cómo fue justo que Cristo sufriera en nuestro lugar, y que su sufrimiento fuera una expiación por nuestros pecados, puede ser una pregunta muy profunda, pero el hecho es revelado con mucha claridad. No creo que la sustitución sea un misterio que aturda, pero otros lo creen así. ¿Y qué si así fuera? Su razón secreta no es nada para nosotros. Si Dios ha presentado a Cristo como propiciación por nuestros pecados nuestra opción más razonable es aceptarlo. No necesitamos pelearnos con la gracia sólo porque no podemos entender todo acerca de ella. Es más sabio comer todo lo que se pone frente a nosotros que morir de hambre debido a que no conocemos todos los secretos de la cocina. No se me pide que entienda cómo nos justifica Dios en Cristo, pero sí se me pide que crea que lo hace. Ese hecho es lo suficientemente sencillo y es objeto de fe. Que Jesús tenga que sufrir en mi lugar es una simple verdad, y en ella no hay ninguna oscuridad. Esa preciosa doctrina que somos justificados por fe, que todo el mérito que tiene la gloriosa obra de Cristo se transfiere a nosotros simplemente por nuestra fe: ¿hay algo difícil en eso? Sé que los hombres pueden cavilar hasta tener el rostro ennegrecido, pero la doctrina es obvia. A veces las personas preguntan: "¿qué es creer?" Pues es confiar, depender, apoyarse sobre, fiarse de, eso es todo. ¿Hay algo difícil acerca de eso? ¿Quieres ponerte lentes para poder ver esa verdad? ¿Te tomará una semana asimilar esa idea? No, el hecho de que Dios se hizo carne y habitó entre nosotros, y hallándose en condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte por nuestra causa, y que ahora nos pide simplemente que creamos en Él y viviremos, es una verdad tan sencilla como cualquier otra en la esfera del conocimiento. A algunas personas les gustaría un evangelio de perplejidad; ellos prefieren un poco de confusión del intelecto; les encanta deambular en medio de una bruma luminosa, en la que nada está definido de manera clara. Piensan que siguen adelante cuando dejan a otros atrás, mientras escalan un absurdo sublime. Ahora, supongamos que el evangelio contiene terribles misterios y está plagado de asuntos difíciles de entender; supongamos que requiere previamente la lectura completa de dieciocho volúmenes antes de poder entenderlo; supongamos que requiere de precisión matemática y de elegancia clásica antes de poder verlo. Siendo así, millones de personas no podrían ir al cielo, porque nunca han leído ni siquiera un volumen, y por tanto no serían capaces de digerir una biblioteca. Algunos hombres están tan ocupados, y algunos tienen un cerebro de tal naturaleza que nunca podrán ser estudiantes profundos, y si el evangelio requiriera de ellos una reflexión profunda y una amplia investigación, ellos se darían por vencidos y por perdidos. Si los hombres necesitaran ser filósofos para poder ser cristianos, la mayoría de los cristianos estaría fuera del límite de la esperanza. Si las masas del pueblo tuvieran que leer mucho antes de poder captar la idea de la salvación por la fe en Cristo Jesús, nunca captarán esa idea; perecerán inevitablemente. ¿Y les gustaría a ustedes, sabios, que ellos perecieran? Me temo que muchos de ustedes se preocupan menos por eso que por los créditos que puedan recibir por su talento y por sus ideas. Con el objeto de definir un profundo evangelio pequeño sólo para ustedes, están dispuestos a cavar un foso alrededor de la cruz para impedir el paso de la vulgar muchedumbre. Ese no es el evangelio ni el espíritu del Señor Jesús. Tengan mucho cuidado de que no se les escape la verdad a ustedes mismos. Me temo que mientras ustedes están buscando a tientas el picaporte de la puerta del cielo, el pueblo que ustedes desprecian estará adentro y ya cantando: "Gloria, aleluya, hemos encontrado al Salvador." El Señor permite que el discutidor de este mundo se tropiece, mientras que quienes reciben como niños el reino de Dios descubren el gran secreto, y se gozan en él. Supongamos que el evangelio hubiera sido algo tan difícil de explicar, y un tema tan difícil de entender; ¿qué hubiera sido de la gran cantidad de personas que ahora se regocija en Cristo y que sin embargo tuvo de nacimiento y debido a su constitución las más insignificantes capacidades? Es maravilloso ver cómo alguien apenas por encima de la capacidad de un idiota puede comprender el evangelio. ¡Es una bendición que así sea! He escuchado acerca de un pobre muchacho a quien sus maestros habían estado instruyendo por años, y un día le dijeron: "Bien, Santiago, dinos ¿tienes un alma?" "No, no tengo alma." Sus maestros creyeron que habían desperdiciado su tiempo; pero cambiaron de opinión cuando él agregó: "Yo tuve un alma una vez, y la perdí, y Jesucristo vino y la encontró y yo dejé que Él se quedara con ella." Ese es un mejor evangelio que el que recibimos de muchos teólogos refinados. Santiago tenía todo el tema en sus manos. Cristo había encontrado su alma, y Él se la estaba guardando; a Él, que no fallará en guardar lo que hemos entregado en sus manos. Aplaudimos de gozo porque el evangelio revela el camino directo del hombre al cielo, y hace sabio para la salvación al más analfabeta. El pastorcito de la llanura de Salisbury puede entender el evangelio de la misma manera que el Obispo de la Catedral de Salisbury; y la hija del lechero puede sentir su poder tan plenamente como una princesa.
Supongamos que el evangelio fuera difícil de entender, ¿qué haríamos en nuestro lecho de muerte? Muchas veces nos llaman de emergencia para atender a personas que han sido negligentes en buscar la gracia y se están muriendo en la ignorancia. Es una tarea terrible para nosotros tener que explicarles el camino cuando ya están entrando en el oscuro descenso a la muerte. Cuando la lámpara aún arde, tenemos esperanzas, y por tanto procedemos a explicar el camino por el cual el pecador puede retornar a Dios. ¿Acaso no es bueno tenerlo resumido en pocas frases, y poder expresarlo con palabras comunes? Les decimos que Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, y que cualquiera que crea en Él no morirá, sino que vivirá para siempre. ¿Qué podríamos hacer si el evangelio no fuera así de simple? ¿Tengo que tener una carretilla, y llevarla conmigo de arriba para abajo, y llevar a cada moribundo media docena de folios en Latín? Nada de eso. Estos versos de Cowper, citados muy a menudo, plantean la sencillez del evangelio, y reprenden a quienes lo rechazan por esa razón.
Pero no debo hacer de lado el hecho de que Quien ahora intercede por los pecadores en la gloria vendrá pronto otra vez para juntar a los suyos en Él, para llenarlos de la plenitud de su gloria, y para llevarlos para estar con Él, arriba donde Él se encuentra. Hay una asombrosa luz en el evangelio, tanto para el futuro como para el presente. Nos revela la gloria de Cristo, la gloria del amor, la gloria de la misericordia, la gloria de una sangre que puede hacer blanco lo que es más negro, la gloria de una intercesión que puede hacer aceptable la oración más pobre, la gloria de un Salvador que ha triunfado y que vive, quien habiendo puesto su mano en la obra no fallará ni se desanimará hasta que todos los propósitos del amor infinito hayan sido alcanzados por Él. Este es: "el evangelio de la gloria de Cristo," y su luz es muy clara y brillante.
Ahora se nos muestra una segunda verdad: el evangelio es una luz que revela a Dios mismo, pues de conformidad a nuestro texto el Señor Jesús es la imagen de Dios. ¿No dijo Jesús: "El que me ha visto, ha visto al Padre"? Pues, primero que nada, nuestro Señor Jesús es la imagen de Dios en este sentido, que es esencialmente uno con Dios. Él es "el resplandor de su gloria y la expresión exacta de su naturaleza." Él es: "Dios verdadero de Dios verdadero," como lo establece el credo, y yo no sé cómo expresar mejor esa idea. Nuestro Señor mismo dijo: "Yo y el Padre uno somos." Pero el texto contiene algo más que eso. Cristo es la imagen de Dios en el sentido que nos muestra lo que Dios es. Si conocen el carácter de Jesús, conocen el carácter de Dios. Dios mismo es invisible, y no puede ser visto por el ojo de ningún mortal, ni puede ser comprendido por una mente finita. De hecho, no puede ser conocido verdaderamente de ninguna manera, excepto por la enseñanza del Espíritu Santo. Pero todo lo que puede conocerse de Dios está claramente escrito con letras mayúsculas en la persona de Jesús. ¿Qué más alto concepto de Dios pueden tener? Aun aquellos que han negado la divinidad de nuestro Señor lo han admirado por su carácter sin igual. Lean el relato de su vida, y traten de mejorar esa vida. ¿Pueden indicar algo que debe quedar fuera, o algo que deba ser agregado? Él es Dios, y en Él vemos a Dios en la medida que podemos discernir a ese Padre sin igual de nuestros espíritus. De tal manera que el evangelio está lleno de luz, y revela en primer lugar al Mediador y después al Señor Dios mismo.
Ahora, queridos amigos, este evangelio de la gloria de Cristo es realmente luz para nosotros, es decir, trae con él todo lo que la metáfora de la luz conlleva. Primero que nada trae iluminación. Es una iluminación del alma "que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien tú has enviado." Es luz para el entendimiento porque puede ver que el Unigénito ha revelado al Padre. El hombre busca a Dios, si de alguna manera, aun a tientas, palpase y le hallase y el gentil se tropieza aquí y allá andando a tientas en su ceguera. Posiblemente el mundo estaba más cerca de la verdad cuando lo llamó "el Dios desconocido." Cuando la sabiduría de este mundo comenzó alguna vez a definir y a describir a la Divinidad, entonces mostró su propia insensatez. "El mundo no ha conocido a Dios mediante la sabiduría," pero en la persona del Señor Jesús tenemos la verdadera representación, la imagen y representación de la Divinidad.
No se puede decir de los verdaderos cristianos: "Vosotros adoráis lo que no sabéis," porque nosotros sabemos lo que adoramos. Cada uno de nosotros puede afirmar: "porque yo sé a quien he creído." No tenemos ninguna duda acerca de quién es nuestro Dios, o lo que es. Hay un conocimiento dado a los hombres mediante el evangelio, que genera la luz del día en el entendimiento.
Pero también es luz en otro sentido, es decir, en el sentido de consuelo. Cuando un hombre ve a Dios en Jesucristo, no puede ser infeliz. ¿Estaba ese hombre cargado de pecados? Cuando ve a Jesucristo cargando al pecado en su propio cuerpo sobre el madero, y cree en Él, en ese momento es liberado de su carga. Cuando se agita bajo los cuidados y las pruebas de la vida y por medio de la fe mira a Jesús, que padeció sufrimientos infinitamente mayores, entonces es liberado del aguijón de la aflicción. ¿Le tiene miedo a la muerte? Cuando oye que Jesús dice: "Yo soy la resurrección y la vida," entonces aprenderá a desear más bien que a temer a la muerte. ¿Le preocupa el porvenir? ¿Se cierne sobre él oscuramente el terrible futuro? Cuando oye que Jesús dice: "Yo soy el que vive. Estuve muerto, y he aquí que vivo por los siglos de los siglos. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades"; nunca más tendrá miedo del mundo separado de los espíritus, del cual Cristo tiene la llave; ni temblará ante el incendio que arrasa con el mundo ni la ruina de la creación, porque se sostiene en Él que ha dicho: "Porque yo vivo, también vosotros viviréis." Nunca brilló una luz igual sobre los hijos de los hombres: esta eterna verdad no tiene rival, ni como instrucción ni como consuelo. Un arcángel no podría decirte el gozo que este "evangelio de la gloria de Cristo" ha dado a los hijos y a las hijas de la aflicción. Adonde llega libera a la mente cautiva, y quita los dolores del remordimiento. Cuando se le contempla, los ojos llenos de lágrimas son iluminados hasta que brillan de gozo. ¡Oh, el gozo inefable de que Cristo sea nuestro Salvador, y que el Dios glorioso sea nuestro Padre! Ahora damos un paso adelante y observamos que:
II. ESTE EVANGELIO ES EN SÍ MISMO MUY COMPRENSIBLE Y SENCILLO. El evangelio no contiene nada que pueda dejar perplejo a nadie a menos que quiera voluntariamente quedar perplejo. No hay nada en el evangelio que un hombre no pueda captar si desea entenderlo. Todo es muy sencillo para el hombre que somete su entendimiento a Dios. Siempre que recibo un libro cuyo contenido me cuesta mucho entender, me gustaría enviarlo de regreso a su autor, y pedirle que lo escriba de nuevo, porque estoy seguro que él mismo no está claro de su contenido. De lo contrario fácilmente podría hacerme saber lo que quiso decir. Un hombre no domina adecuadamente un tema mientras no pueda comunicar sus pensamientos sobre ese tema, de tal manera que las personas de inteligencia ordinaria puedan enterarse de lo que el autor trata. Ahora, el Señor tiene en su mente una plan de salvación claramente definido para los hombres, y lo ha expresado sin ninguna ambigüedad. A ciertos teólogos les gusta predicar un evangelio incomprensible, puesto que esto les da un aire de sabiduría ante el juicio de los necios. Algunos de los que escuchan prefieren sermones que no pueden entender. Para ellos lo difícil y lo intrincado es como la esencia y lo medular. Una vez escuché que alguien dijo que le gustaba un poco de cartílago en los sermones, o un hueso para probar la fortaleza de sus dientes. Podríamos fácilmente darles gusto a tales amigos, pero no vemos ninguna autoridad en las Escrituras para satisfacer tales gustos. Yo me esmero en quitar las semillas de la fruta antes de preparar la comida. Cuando comemos no es de ninguna manera sano que nos traguemos los huesos, pues no podríamos digerirlos y podrían causarnos una lesión interna. Las almas necesitan alimento espiritual, no más problemas ni acertijos. Así, cuando un hombre predica el evangelio de tal manera que su presentación no tiene ni pies ni cabeza, no necesitan angustiarse, porque lo que ese señor tiene que decir no amerita que se preocupen por entenderlo. Si es el propio evangelio del Señor, los que son hacedores de la voluntad del Señor pueden entenderlo; y si no pueden entenderlo, entonces no es el evangelio de la gloria de Cristo, sino un evangelio de invención humana. El verdadero evangelio es la sencillez misma.
¡Escuchen! Que Dios haya venido entre los hombres y haya tomado nuestra naturaleza es un misterio de tal magnitud que no sabemos cómo pudo ser. Bendito sea Dios, no queremos saber cómo sucedió; sólo sabemos que ocurrió, y ese hecho es suficiente para nosotros. Entendemos que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y nos gozamos en ello. Observen la doctrina de la expiación; esto también, como un hecho, es lo suficientemente sencillo. Cómo fue justo que Cristo sufriera en nuestro lugar, y que su sufrimiento fuera una expiación por nuestros pecados, puede ser una pregunta muy profunda, pero el hecho es revelado con mucha claridad. No creo que la sustitución sea un misterio que aturda, pero otros lo creen así. ¿Y qué si así fuera? Su razón secreta no es nada para nosotros. Si Dios ha presentado a Cristo como propiciación por nuestros pecados nuestra opción más razonable es aceptarlo. No necesitamos pelearnos con la gracia sólo porque no podemos entender todo acerca de ella. Es más sabio comer todo lo que se pone frente a nosotros que morir de hambre debido a que no conocemos todos los secretos de la cocina. No se me pide que entienda cómo nos justifica Dios en Cristo, pero sí se me pide que crea que lo hace. Ese hecho es lo suficientemente sencillo y es objeto de fe. Que Jesús tenga que sufrir en mi lugar es una simple verdad, y en ella no hay ninguna oscuridad. Esa preciosa doctrina que somos justificados por fe, que todo el mérito que tiene la gloriosa obra de Cristo se transfiere a nosotros simplemente por nuestra fe: ¿hay algo difícil en eso? Sé que los hombres pueden cavilar hasta tener el rostro ennegrecido, pero la doctrina es obvia. A veces las personas preguntan: "¿qué es creer?" Pues es confiar, depender, apoyarse sobre, fiarse de, eso es todo. ¿Hay algo difícil acerca de eso? ¿Quieres ponerte lentes para poder ver esa verdad? ¿Te tomará una semana asimilar esa idea? No, el hecho de que Dios se hizo carne y habitó entre nosotros, y hallándose en condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte por nuestra causa, y que ahora nos pide simplemente que creamos en Él y viviremos, es una verdad tan sencilla como cualquier otra en la esfera del conocimiento. A algunas personas les gustaría un evangelio de perplejidad; ellos prefieren un poco de confusión del intelecto; les encanta deambular en medio de una bruma luminosa, en la que nada está definido de manera clara. Piensan que siguen adelante cuando dejan a otros atrás, mientras escalan un absurdo sublime. Ahora, supongamos que el evangelio contiene terribles misterios y está plagado de asuntos difíciles de entender; supongamos que requiere previamente la lectura completa de dieciocho volúmenes antes de poder entenderlo; supongamos que requiere de precisión matemática y de elegancia clásica antes de poder verlo. Siendo así, millones de personas no podrían ir al cielo, porque nunca han leído ni siquiera un volumen, y por tanto no serían capaces de digerir una biblioteca. Algunos hombres están tan ocupados, y algunos tienen un cerebro de tal naturaleza que nunca podrán ser estudiantes profundos, y si el evangelio requiriera de ellos una reflexión profunda y una amplia investigación, ellos se darían por vencidos y por perdidos. Si los hombres necesitaran ser filósofos para poder ser cristianos, la mayoría de los cristianos estaría fuera del límite de la esperanza. Si las masas del pueblo tuvieran que leer mucho antes de poder captar la idea de la salvación por la fe en Cristo Jesús, nunca captarán esa idea; perecerán inevitablemente. ¿Y les gustaría a ustedes, sabios, que ellos perecieran? Me temo que muchos de ustedes se preocupan menos por eso que por los créditos que puedan recibir por su talento y por sus ideas. Con el objeto de definir un profundo evangelio pequeño sólo para ustedes, están dispuestos a cavar un foso alrededor de la cruz para impedir el paso de la vulgar muchedumbre. Ese no es el evangelio ni el espíritu del Señor Jesús. Tengan mucho cuidado de que no se les escape la verdad a ustedes mismos. Me temo que mientras ustedes están buscando a tientas el picaporte de la puerta del cielo, el pueblo que ustedes desprecian estará adentro y ya cantando: "Gloria, aleluya, hemos encontrado al Salvador." El Señor permite que el discutidor de este mundo se tropiece, mientras que quienes reciben como niños el reino de Dios descubren el gran secreto, y se gozan en él. Supongamos que el evangelio hubiera sido algo tan difícil de explicar, y un tema tan difícil de entender; ¿qué hubiera sido de la gran cantidad de personas que ahora se regocija en Cristo y que sin embargo tuvo de nacimiento y debido a su constitución las más insignificantes capacidades? Es maravilloso ver cómo alguien apenas por encima de la capacidad de un idiota puede comprender el evangelio. ¡Es una bendición que así sea! He escuchado acerca de un pobre muchacho a quien sus maestros habían estado instruyendo por años, y un día le dijeron: "Bien, Santiago, dinos ¿tienes un alma?" "No, no tengo alma." Sus maestros creyeron que habían desperdiciado su tiempo; pero cambiaron de opinión cuando él agregó: "Yo tuve un alma una vez, y la perdí, y Jesucristo vino y la encontró y yo dejé que Él se quedara con ella." Ese es un mejor evangelio que el que recibimos de muchos teólogos refinados. Santiago tenía todo el tema en sus manos. Cristo había encontrado su alma, y Él se la estaba guardando; a Él, que no fallará en guardar lo que hemos entregado en sus manos. Aplaudimos de gozo porque el evangelio revela el camino directo del hombre al cielo, y hace sabio para la salvación al más analfabeta. El pastorcito de la llanura de Salisbury puede entender el evangelio de la misma manera que el Obispo de la Catedral de Salisbury; y la hija del lechero puede sentir su poder tan plenamente como una princesa.
Supongamos que el evangelio fuera difícil de entender, ¿qué haríamos en nuestro lecho de muerte? Muchas veces nos llaman de emergencia para atender a personas que han sido negligentes en buscar la gracia y se están muriendo en la ignorancia. Es una tarea terrible para nosotros tener que explicarles el camino cuando ya están entrando en el oscuro descenso a la muerte. Cuando la lámpara aún arde, tenemos esperanzas, y por tanto procedemos a explicar el camino por el cual el pecador puede retornar a Dios. ¿Acaso no es bueno tenerlo resumido en pocas frases, y poder expresarlo con palabras comunes? Les decimos que Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, y que cualquiera que crea en Él no morirá, sino que vivirá para siempre. ¿Qué podríamos hacer si el evangelio no fuera así de simple? ¿Tengo que tener una carretilla, y llevarla conmigo de arriba para abajo, y llevar a cada moribundo media docena de folios en Latín? Nada de eso. Estos versos de Cowper, citados muy a menudo, plantean la sencillez del evangelio, y reprenden a quienes lo rechazan por esa razón.
"¡Oh cuán diferente del complicado trabajo del hombre
Es el sencillo plan del cielo, sin artificios, sin complicaciones!
No tiene gracias falsas que puedan engañar,
Ni postizos ornamentos que congestionen su estructura:
Libre de ostentación y de debilidad,
Se extiende como la bóveda celeste que contemplamos,
Majestuoso en su propia sencillez.
Inscritas arriba del portal a lo lejos
Destacan como el brillo de una estrella,
Legibles sólo con la propia luz que dan,
Las palabras que dan vida: CREE Y VIVE
Muchos, ofendidos por lo que les debía agradar,
Desprecian la dirección sencilla y así están perdidos.
¡El Cielo así descrito! (claman con orgulloso desdén)
¡Increíble, imposible, y sin sentido!
Se rebelan porque es muy fácil obedecerlo
Y se burlan por gusto del camino lleno de gracia."
Es el sencillo plan del cielo, sin artificios, sin complicaciones!
No tiene gracias falsas que puedan engañar,
Ni postizos ornamentos que congestionen su estructura:
Libre de ostentación y de debilidad,
Se extiende como la bóveda celeste que contemplamos,
Majestuoso en su propia sencillez.
Inscritas arriba del portal a lo lejos
Destacan como el brillo de una estrella,
Legibles sólo con la propia luz que dan,
Las palabras que dan vida: CREE Y VIVE
Muchos, ofendidos por lo que les debía agradar,
Desprecian la dirección sencilla y así están perdidos.
¡El Cielo así descrito! (claman con orgulloso desdén)
¡Increíble, imposible, y sin sentido!
Se rebelan porque es muy fácil obedecerlo
Y se burlan por gusto del camino lleno de gracia."
III. En tercer lugar, SI LO PREDICAMOS COMO DEBEMOS PREDICARLO LO MANTENDREMOS COMPRENSIBLE. Pablo dijo expresamente: "Así que, teniendo tal esperanza, actuamos con mucha confianza" y dijo también: "Ni mi mensaje ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder." El apóstol Pablo era un pensador profundo, un hombre de un gran discernimiento y de una mente sutil. Tenía tal estructura mental que pudo haber sido un filósofo de primer rango, o un místico de las más profundas tinieblas; pero él fue en contra de su inclinación natural y dedicó todas sus energías a explicar el evangelio. Requirió una renuncia sublime de su parte, dejar a un lado toda su lógica entre todas las demás cosas que consideró como pérdida para Cristo; puesto que dice: "Porque me propuse no saber nada entre vosotros, sino a Jesucristo, y a él crucificado." Él "se propuso", tenía la determinación, tenía el convencimiento de hacerlo, o no lo habría logrado. Él es el hombre que escribió algunas de las cosas más difíciles de entender, según lo menciona Pedro, pero cuando se trataba del evangelio únicamente lo presentaba de manera muy sencilla. Era tierno con ellos como una nodriza con su niño, y se hizo a sí mismo instructor de bebés, entregando la palabra con la sencillez que los niños requieren. El verdadero hombre de Dios no le pondrá al evangelio el velo de ritos ni de ceremonias. Observa a los que hacen esto y evítalos. Vemos en algunas iglesias al sacerdote, con qué reverencia camina hacia la derecha o hacia la izquierda con sus manos enlazadas, repitiendo frases en Latín, desconocidas para el pueblo. Él da vueltas, hace una reverencia, y vuelve a dar vueltas. Por momentos vemos su rostro y luego vemos su espalda. Supongo que todo eso tiene por fin la edificación; pero yo, pobre criatura, no puedo encontrar la menor instrucción en ello, ni, hasta donde sé, ninguna de las personas que miran pueden hacerlo. ¿Cuál es el significado de los monaguillos vestidos con túnicas elegantes, echando tanto humo? ¿Y qué significan esas flores y esas imágenes en el altar? ¡Cuán espléndida es esa cruz que adorna la espalda del sacerdote! Parece ser hecha de rosas. La gente mira, y algunos se preguntan dónde consigue esos ornamentos, mientras otros hacen especulaciones acerca de la cantidad de cera que se consume cada hora; y eso es todo. Cristo está escondido tras los velos de las señoras, si en verdad está allí. Conozco a muchos sacerdotes que no quisieran hacer todo eso, pero sin embargo esconden al Señor en un lenguaje rebuscado. Es algo grandioso remontarse a las alturas sobre las alas de la elocuencia y desplegar la gloria del discurso, hasta que te deshaces en medio de una espléndida perorata en meros fuegos artificiales, tal como finalizan muchas exhibiciones. Pero esto no es lo que conviene a los predicadores del Señor Jesús. Siempre les digo a nuestros jóvenes que uno de sus mandamientos debe ser: "No dirás peroratas." Intentar usar un lenguaje diferente al lenguaje sencillo cuando predicamos la salvación es abandonar nuestro propio trabajo. Nuestra única obligación es explicar el evangelio de manera sencilla. Nuestro negocio es el alimento, no las flores. Que los ornamentos llamativos queden para el teatro o para el bar, donde los hombres buscan distraerse, o donde debaten para ganar algo; o dejemos que todas estas pobres tonterías queden para el Senado, lugar donde los hombres defienden causas o denuncian de acuerdo a lo que convenga a su partido. No nos toca a nosotros convertir al peor argumento en el mejor, ni esconder la verdad bajo montañas de palabras. En lo que a nosotros toca, debemos escondernos detrás de la cruz, y hacer saber a los hombres que Jesucristo vino para salvar a los perdidos, y que si creen en Él, serán salvos de manera inmediata y para siempre. Si no les hacemos saber esto, entonces no habremos dado en el blanco, sin importar la manera grandiosa en que nos hayamos comportado. ¡Qué! ¿habríamos de convertirnos en acróbatas de palabras, o malabaristas que hacen maravillas? Así, Dios es insultado, su evangelio es degradado y las almas son abandonadas a su perdición.
Quisiera decir algo más bien personal en este momento, y luego pasar a otro punto. Yo puedo decir con el apóstol: "actuamos con mucha confianza" y por tanto si el evangelio que he predicado está encubierto, yo no le he puesto el velo. He usado palabras comunes cuando he creído que se entenderían mejor, y he dicho todo tipo de historias sencillas cuando he considerado que me han servido para dar a conocer el evangelio. Nunca he usado palabras rebuscadas cuando he podido evitarlo. Mi único deseo ha sido llegar a sus conciencias y ganar sus corazones, manifestándoles la verdad. Si no ven la luz no es porque yo la haya escondido.
IV. Con este punto terminamos. SI LOS HOMBRES NO LO VEN ES PORQUE ESTÁN PERDIDOS. "Pero aun si nuestro evangelio está encubierto, entre los que se pierden está encubierto": el dios de este mundo ha cegado sus ojos incrédulos para que no brille sobre ellos la luz del glorioso evangelio de Cristo. No creer, no entender, no apreciar y no aceptar el evangelio es un signo de muerte. Quiero decir esto de la manera más sencilla a todos los que dicen que no han recibido el evangelio ya que no pueden entenderlo y no ven nada notable en él. Si han escuchado el evangelio predicado de manera sencilla, es tan sencillo en sí mismo que si está escondido de sus ojos es porque todavía están corroídos por la amargura y atados con los lazos de la iniquidad. Quienes reciben el evangelio son salvos; la fe es la garantía de salvación. Si creen que Jesús es el Cristo son nacidos de Dios: si lo han aceptado a Él como su Salvador, a quien Dios ha elegido como tal, entonces ustedes son salvos; pero si ustedes dicen: "No, no puedo verlo," entonces sus ojos no pueden ver y están perdidos. El sol es lo suficientemente brillante, pero quienes no poseen la vista no pueden verlo. ¿Dicen ustedes, no puedo recibir el evangelio: necesito algo más difícil? A causa del orgullo pecaminoso su juicio se pervierte y su corazón se endurece. Mientras estén entre los incrédulos ustedes están todavía entre los que se van a perder, y el dios de este mundo les ha vendado sus ojos. Oh Espíritu de Dios, convence a los hombres de este pecado que consiste en no creer en Jesucristo. Yo no tengo capacidad de hacerlo, pero, oh, te suplico que Tú lo hagas. Oh, que nuestro texto, como una aguda espada, haga un corte profundo y llegue hasta la conciencia. Que esta verdad penetre hasta partir las coyunturas y los tuétanos, y discierna los pensamientos y las intenciones de sus corazones.
De acuerdo al texto, el que no cree en Jesucristo es un hombre perdido. Dios te ha perdido; no eres su siervo. La iglesia te ha perdido; tú no trabajas para la verdad. El mundo te ha perdido realmente; no produces ningún servicio permanente para él. Tú te has perdido a ti mismo del derecho, del gozo, del cielo. Tú estás perdido, perdido, perdido, como el hijo pródigo cuando estaba lejos de la casa de su padre, y como la oveja perdida cuando se separó de su rebaño. No es solamente que te vas a perder, sino que estás perdido; pues "el que no cree ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios." Graba esas cuatro palabras en tu conciencia:"Ya ha sido condenado": perdido aun ahora. Estás pereciendo; es decir, gradualmente estás entrando en esa condición en la cual vas a vivir para siempre, como quien ha muerto ante Dios, y que se ha convertido en alguien completamente inútil y muerto. Es una verdad sobrecogedora que esto se comprueba por medio del hecho que no entiendes el evangelio, o que si lo entiendes no lo valoras; no ves ni belleza ni gloria en él; o si lo aprecias en cierta medida, y ves alguna gloria en él, sin embargo nunca ha provocado tu afecto o ha atraído tu corazón hacia su gran Persona. En una palabra, no has llegado a confiar en Jesús. Él es el único en quien puedes confiar, y sin embargo lo rechazas. Es la cosa más sencilla del mundo confiar en Cristo, y sin embargo no quieres hacer eso que es tan sencillo. Debes confiar en Él de inmediato, no te demores para hacerlo, y sin embargo lo has pospuesto por años. Si la fe trae la salvación, ¿por qué no obtener la salvación? ¿Por qué permanecer todavía en la incredulidad, sin creer la más gloriosa verdad que Dios ha revelado al hombre; sin creer en eso que te atreves a negar? Oh, qué terrible condición es esa: permanecer voluntariamente en la oscuridad, cerrando tus ojos a la luz. Ciertamente estás perdido.
El apóstol explica cómo termina un hombre en esa condición. Nos dice que Satanás, el dios de este mundo, ha cegado su mente. Qué tremendo pensamiento es que Satanás pretenda ser un dios. Cristo es la imagen de Dios; Satanás pretende imitar a Dios: él remeda a Dios y tiene un poder usurpado sobre las mentes y los pensamientos de los hombres. Para mantener su poder se asegura de que sus víctimas del engaño no vean la luz del evangelio. Los velos que él utiliza son aprobados por los corazones egoístas de los hombres; pues él razona así: "Si te conviertes en cristiano, nunca progresarás en el mundo." Tapa cada uno de tus ojos con una moneda de oro, y entonces no puedes ver, a pesar de que el sol brilla con la intensidad del mediodía. El orgullo ata una banda de seda alrededor de tus ojos, y así nuevamente la luz no puede pasar. Satanás susurra: "Si te vuelves cristiano, se van a burlar de ti": así aísla a su víctima por temor al ridículo. Tiene muchos mecanismos ingeniosos mediante los cuales pervierte el juicio de los hombres hasta que les impide ver lo que es totalmente evidente, y no pueden creer lo que es incuestionable. Hace que ganar el cielo parezca algo que no es digno de considerarse cuando se compara con la pequeña pérdida que la religión puede implicar. Le oculta al alma la bendición del pecado perdonado, la adopción en la familia de Dios, y la certeza de la gloria eterna, echando polvo en sus ojos para que el alma no pueda mirar verdaderamente las cosas.
¿Qué puedo decir para terminar sino esto: hay algunos perdidos entre ustedes? Según la explicación del texto, todos ustedes son aquellos para quienes el evangelio está encubierto. Bien, pero gracias a Dios ustedes pueden ser hallados todavía: hoy están perdidos, pero no tienen que estar perdidos mañana: están perdidos mientras leen este sermón, pero pueden ser hallados al terminar esta lectura. El Buen Pastor ha salido a buscar la oveja perdida. ¿Sientes algún anhelo por Él, algún deseo de regresar a Él? Entonces míralo con una mirada de confianza. No estás perdido si miras de esa manera, ni nunca lo estarás. El que cree en Jesús es salvo, y es salvo eternamente. ¿Tiene alguno de ustedes los ojos vendados? Tus ojos están vendados si el evangelio está encubierto para ti, de tal forma que no ves su claridad. Ah, pero no tienes que permanecer en la oscuridad. Hay uno aquí hoy que da vista a los ojos que no ven. Clama a Él como lo hicieron los dos ciegos: "¡Ten misericordia de nosotros, hijo de David! ¡Ten misericordia de nosotros, hijo de David! El Mesías vino precisamente para dar vista a los ciegos: era parte de su misión cuando vino de la gloria del Padre. Él te puede dar la vista a ti. Búscala.
¿Es el dios de este mundo tu señor? Así debe ser si no puedes ver la gloria del evangelio; pero no tiene que seguir siendo tu dios. Pido en oración al Espíritu Santo que te ayude a destronar a este intruso. ¿Por qué tienes que adorarlo? ¿Qué bien te ha hecho alguna vez? ¿Qué elemento hay en su carácter que lo haga digno de ser tu dios? Rompe el yugo; rompe las cadenas que te mantienen en su esclavitud. El verdadero Dios se ha encarnado para liberarte, y para destruir todas las obras del diablo. Se puede quitar cualquier cosa que te impida mirar la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo. He sido enviado para decir en nombre de mi Señor: "El que cree en él no es condenado: el que cree y es bautizado será salvo." "Venid, pues, dice Jehovah; y razonemos juntos: Aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos. Aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana." Confía en el Salvador, confía en el Dios encarnado; confía en Él ahora y confía en Él de inmediato, y aunque hace apenas un momento tu eras tan negro como la medianoche infernal, estarás tan limpio y brillante como el mediodía eterno del cielo. En un instante desaparecerán todos los pecados que te ha tomado cincuenta años acumular; las trasgresiones de todos tus días serán arrojadas bajo el mar, y nunca serán vistas de nuevo. Solamente quiérelo y obedece, y sométete al Dios encarnado, que vive para siempre para cuidar a quienes ponen su confianza en Él. Que el Señor los bendiga, queridos amigos, eternamente. Amén y amén.
Quisiera decir algo más bien personal en este momento, y luego pasar a otro punto. Yo puedo decir con el apóstol: "actuamos con mucha confianza" y por tanto si el evangelio que he predicado está encubierto, yo no le he puesto el velo. He usado palabras comunes cuando he creído que se entenderían mejor, y he dicho todo tipo de historias sencillas cuando he considerado que me han servido para dar a conocer el evangelio. Nunca he usado palabras rebuscadas cuando he podido evitarlo. Mi único deseo ha sido llegar a sus conciencias y ganar sus corazones, manifestándoles la verdad. Si no ven la luz no es porque yo la haya escondido.
IV. Con este punto terminamos. SI LOS HOMBRES NO LO VEN ES PORQUE ESTÁN PERDIDOS. "Pero aun si nuestro evangelio está encubierto, entre los que se pierden está encubierto": el dios de este mundo ha cegado sus ojos incrédulos para que no brille sobre ellos la luz del glorioso evangelio de Cristo. No creer, no entender, no apreciar y no aceptar el evangelio es un signo de muerte. Quiero decir esto de la manera más sencilla a todos los que dicen que no han recibido el evangelio ya que no pueden entenderlo y no ven nada notable en él. Si han escuchado el evangelio predicado de manera sencilla, es tan sencillo en sí mismo que si está escondido de sus ojos es porque todavía están corroídos por la amargura y atados con los lazos de la iniquidad. Quienes reciben el evangelio son salvos; la fe es la garantía de salvación. Si creen que Jesús es el Cristo son nacidos de Dios: si lo han aceptado a Él como su Salvador, a quien Dios ha elegido como tal, entonces ustedes son salvos; pero si ustedes dicen: "No, no puedo verlo," entonces sus ojos no pueden ver y están perdidos. El sol es lo suficientemente brillante, pero quienes no poseen la vista no pueden verlo. ¿Dicen ustedes, no puedo recibir el evangelio: necesito algo más difícil? A causa del orgullo pecaminoso su juicio se pervierte y su corazón se endurece. Mientras estén entre los incrédulos ustedes están todavía entre los que se van a perder, y el dios de este mundo les ha vendado sus ojos. Oh Espíritu de Dios, convence a los hombres de este pecado que consiste en no creer en Jesucristo. Yo no tengo capacidad de hacerlo, pero, oh, te suplico que Tú lo hagas. Oh, que nuestro texto, como una aguda espada, haga un corte profundo y llegue hasta la conciencia. Que esta verdad penetre hasta partir las coyunturas y los tuétanos, y discierna los pensamientos y las intenciones de sus corazones.
De acuerdo al texto, el que no cree en Jesucristo es un hombre perdido. Dios te ha perdido; no eres su siervo. La iglesia te ha perdido; tú no trabajas para la verdad. El mundo te ha perdido realmente; no produces ningún servicio permanente para él. Tú te has perdido a ti mismo del derecho, del gozo, del cielo. Tú estás perdido, perdido, perdido, como el hijo pródigo cuando estaba lejos de la casa de su padre, y como la oveja perdida cuando se separó de su rebaño. No es solamente que te vas a perder, sino que estás perdido; pues "el que no cree ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios." Graba esas cuatro palabras en tu conciencia:"Ya ha sido condenado": perdido aun ahora. Estás pereciendo; es decir, gradualmente estás entrando en esa condición en la cual vas a vivir para siempre, como quien ha muerto ante Dios, y que se ha convertido en alguien completamente inútil y muerto. Es una verdad sobrecogedora que esto se comprueba por medio del hecho que no entiendes el evangelio, o que si lo entiendes no lo valoras; no ves ni belleza ni gloria en él; o si lo aprecias en cierta medida, y ves alguna gloria en él, sin embargo nunca ha provocado tu afecto o ha atraído tu corazón hacia su gran Persona. En una palabra, no has llegado a confiar en Jesús. Él es el único en quien puedes confiar, y sin embargo lo rechazas. Es la cosa más sencilla del mundo confiar en Cristo, y sin embargo no quieres hacer eso que es tan sencillo. Debes confiar en Él de inmediato, no te demores para hacerlo, y sin embargo lo has pospuesto por años. Si la fe trae la salvación, ¿por qué no obtener la salvación? ¿Por qué permanecer todavía en la incredulidad, sin creer la más gloriosa verdad que Dios ha revelado al hombre; sin creer en eso que te atreves a negar? Oh, qué terrible condición es esa: permanecer voluntariamente en la oscuridad, cerrando tus ojos a la luz. Ciertamente estás perdido.
El apóstol explica cómo termina un hombre en esa condición. Nos dice que Satanás, el dios de este mundo, ha cegado su mente. Qué tremendo pensamiento es que Satanás pretenda ser un dios. Cristo es la imagen de Dios; Satanás pretende imitar a Dios: él remeda a Dios y tiene un poder usurpado sobre las mentes y los pensamientos de los hombres. Para mantener su poder se asegura de que sus víctimas del engaño no vean la luz del evangelio. Los velos que él utiliza son aprobados por los corazones egoístas de los hombres; pues él razona así: "Si te conviertes en cristiano, nunca progresarás en el mundo." Tapa cada uno de tus ojos con una moneda de oro, y entonces no puedes ver, a pesar de que el sol brilla con la intensidad del mediodía. El orgullo ata una banda de seda alrededor de tus ojos, y así nuevamente la luz no puede pasar. Satanás susurra: "Si te vuelves cristiano, se van a burlar de ti": así aísla a su víctima por temor al ridículo. Tiene muchos mecanismos ingeniosos mediante los cuales pervierte el juicio de los hombres hasta que les impide ver lo que es totalmente evidente, y no pueden creer lo que es incuestionable. Hace que ganar el cielo parezca algo que no es digno de considerarse cuando se compara con la pequeña pérdida que la religión puede implicar. Le oculta al alma la bendición del pecado perdonado, la adopción en la familia de Dios, y la certeza de la gloria eterna, echando polvo en sus ojos para que el alma no pueda mirar verdaderamente las cosas.
¿Qué puedo decir para terminar sino esto: hay algunos perdidos entre ustedes? Según la explicación del texto, todos ustedes son aquellos para quienes el evangelio está encubierto. Bien, pero gracias a Dios ustedes pueden ser hallados todavía: hoy están perdidos, pero no tienen que estar perdidos mañana: están perdidos mientras leen este sermón, pero pueden ser hallados al terminar esta lectura. El Buen Pastor ha salido a buscar la oveja perdida. ¿Sientes algún anhelo por Él, algún deseo de regresar a Él? Entonces míralo con una mirada de confianza. No estás perdido si miras de esa manera, ni nunca lo estarás. El que cree en Jesús es salvo, y es salvo eternamente. ¿Tiene alguno de ustedes los ojos vendados? Tus ojos están vendados si el evangelio está encubierto para ti, de tal forma que no ves su claridad. Ah, pero no tienes que permanecer en la oscuridad. Hay uno aquí hoy que da vista a los ojos que no ven. Clama a Él como lo hicieron los dos ciegos: "¡Ten misericordia de nosotros, hijo de David! ¡Ten misericordia de nosotros, hijo de David! El Mesías vino precisamente para dar vista a los ciegos: era parte de su misión cuando vino de la gloria del Padre. Él te puede dar la vista a ti. Búscala.
¿Es el dios de este mundo tu señor? Así debe ser si no puedes ver la gloria del evangelio; pero no tiene que seguir siendo tu dios. Pido en oración al Espíritu Santo que te ayude a destronar a este intruso. ¿Por qué tienes que adorarlo? ¿Qué bien te ha hecho alguna vez? ¿Qué elemento hay en su carácter que lo haga digno de ser tu dios? Rompe el yugo; rompe las cadenas que te mantienen en su esclavitud. El verdadero Dios se ha encarnado para liberarte, y para destruir todas las obras del diablo. Se puede quitar cualquier cosa que te impida mirar la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo. He sido enviado para decir en nombre de mi Señor: "El que cree en él no es condenado: el que cree y es bautizado será salvo." "Venid, pues, dice Jehovah; y razonemos juntos: Aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos. Aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana." Confía en el Salvador, confía en el Dios encarnado; confía en Él ahora y confía en Él de inmediato, y aunque hace apenas un momento tu eras tan negro como la medianoche infernal, estarás tan limpio y brillante como el mediodía eterno del cielo. En un instante desaparecerán todos los pecados que te ha tomado cincuenta años acumular; las trasgresiones de todos tus días serán arrojadas bajo el mar, y nunca serán vistas de nuevo. Solamente quiérelo y obedece, y sométete al Dios encarnado, que vive para siempre para cuidar a quienes ponen su confianza en Él. Que el Señor los bendiga, queridos amigos, eternamente. Amén y amén.
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